A tal noticia, Ceres subió a un carro tirado por dos dragones (el dragón como animal fabuloso, es una enorme serpiente alada, terrible como el león, rápida como el águila y que no duerme jamás) y atravesó la inmensidad del espacio, se presentó ante Júpiter con los ojos arrasados en lágrimas, el pelo desordenado y la voz alterada, pidiendo justicia.
El padre de los dioses intentó calmarla, haciéndole ver que debía sentirse orgullosa de tener por yerno a un poderoso monarca, y al final le dijo: “Si, no obstante, vuestro deseo es que Proserpina os sea devuelta, no me opongo a ello, con tal que no haya comido nada desde que entró en los infiernos: tal es el fallo del Destino.”
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